martes, 21 de febrero de 2012

EL CORDERO Y LA ROSA

A VUELTA DE CORREO... | Dibújame un cordero... El Principito Dibújame un cordero... El Principito 
Gefú Ambrosi / Domingo, 16 de Mayo de 2010 00:48 

Dibújame un cordero


Por: Gefú Giovanni Ambrosi Gutiérrez.


En la fugacidad del tiempo, el hombre ha sido tentado por los demonios de la búsqueda y de la interrogación permanente. Es el único animal que "busca, aun a sabiendas de que no va a encontrar".[1]

 La búsqueda de la felicidad es el motor del alma humana, una constante visión del mundo exterior donde pretende hallarlo todo. Su mirada se enfoca a los misterios de la vida, piensa siempre en encontrar la verdad, y cuando está a punto de lograrlo descubre que la verdad está en buscarla, más que en encontrarla, al menos en un sentido absoluto.

Como afirma  Milán Kundera "no hay nada más evidente, más tangible y palpable que el momento presente, y sin embargo se nos  escapa por completo. Toda la tristeza de la vida radica en eso[2]". En su amplio andar, el hombre pierde de vista las cosas con verdadera importancia, domesticar una flor  o dibujar un cordero, podrá hallar una y otra vez, formas parciales de verdad y a veces creerá que al integrarlas tendrá en su mano una verdad más amplia.  Después descubrirá que al integrar esas verdades abrirá otras dudas y legará a sus descendientes un cúmulo de verdades y dudas para que la vida siga.

"Los niños entienden todo" dice Antoine de Saint-Exupéry en El Principito. Sólo los niños saben lo que buscan, andan aprendiendo del mundo todo y se asombran, no encasillan su pensamiento en teorías complejas o en  prejuiciosos tontos, de ahí que Jostein Gaarder escriba, "lo único que se necesita para ser buen filósofo, es la capacidad de asombro que los niños tienen y que se va perdiendo al crecer, el filósofo deberá rescatar su niñez".





Sabiendo que la felicidad es uno de los campos más subjetivos del hombre, es dentro de nosotros mismos donde hay que iniciar la búsqueda. Pero por los rencores nuevos y esos que fueron ya sumados en las tardes de nostalgia, nos perdemos de vista, tratamos de escapar de los espejos, preferimos todo antes que encontrarnos con nosotros mismos.
La filosofía hindú tiene un pasaje muy bello que habla al respecto: Se encontraban los dioses reunidos para tomar una decisión muy importante, ellos poseían el mayor tesoro en la Tierra: la felicidad. Su preocupación era que el hombre pudiera hallarla y robarla, de esta forma los dioses comienzan a sugerir dónde podrían mantenerla fuera del alcance del hombre. El primer dios dice: escondamos la felicidad en el fondo del mar. Después de un rato de reflexiones, los dioses deciden que no, que al fondo del mar un día el hombre llegará y robará la felicidad. Entonces un segundo dios opina que deben mandar la felicidad más allá del universo. La respuesta fue la misma, un día el hombre llegará más allá del universo y robará la felicidad. En ese momento, el dios más sabio apunta: escondamos la felicidad dentro del mismo hombre, ahí nunca la encontrará.

La búsqueda de la felicidad es una constante en El Principito, Antoine de Saint-Exupéry deposita en un niño misterioso de cabello rubio, esta tarea de la humanidad. Saldrá desde el asteroide B-612, recorrerá planetas extraños poblados por adultos y cuestionará el costumbrismo en el que se vive. El Principito llegará a la Tierra y es aquí donde el zorro (un animal) le recuerda los valores que el hombre ha perdido en su constante afán de modernidad. Aquí en la Tierra encontrará a su único amigo y con el incentivo de su búsqueda, que por supuesto no termina ahí. Deberá retornar a su asteroide a hacerse responsable de su flor y deja abierto el camino para que fluya, de ida y venida, la felicidad entre su amigo y él.

El Principito es considerado por muchos un libro de niños, incluso por el mismo autor, sin embargo, posee la magia de transportar a cualquier persona, no importando edad ni creencias, a un mundo de reflexiones básicas para dar amor en la vida, es un canto biófilo, una apuesta por el bien de la humanidad. No es en vano que Heidegger lo considerara el mejor libro del siglo XX.





Antoine de Saint-Exupéry era un piloto de guerra francés que vivió cuarenta y cuatro años. Nació en 1900 en la ciudad de Lyon, y falleció misteriosamente durante una misión en 1944. Antoine de Saint-Exupéry, al igual que Cervantes, era un hombre de armas que publicó su Principito un año antes de morir. Había escrito otros textos como Vuelo Nocturno, Correo del Sur y Piloto de Guerra, sin embargo, con El Principito abandona lo relacionado a las batallas y se enfoca en los niños, que durante siglos han sido la esperanza del mundo.

Tal parece que el problema de fondo en la humanidad es que los niños crecen, se convierten en adultos y se olvidan de que alguna vez fueron niños. Antoine de Saint-Exupéry advierte esto desde la dedicatoria de su libro: a León Werth, dice. Y en ese momento se da cuenta de que los niños, para los que escribió este libro, se desconcertarían al encontrar la dedicatoria para un adulto. Entonces el autor rectifica y pide perdón argumentando: "esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra disculpa: esta persona mayor  puede comprenderlo todo, incluso los libros escritos para niños. Y tengo además, una tercera disculpa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Por lo tanto tiene una verdadera necesidad de consuelo". No a gusto, Antoine de Saint-Exupéry recurre a su última carta: "Mas si todas estas disculpas no fuesen suficientes, entonces quiero dedicar este libro al niño que fue en otro tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores  primero fueron niños (pero pocas lo recuerdan). Por consiguiente corrijo mi dedicatoria: A León Werth, cuando era niño".

Antoine de Saint-Exupéry ve a los adultos como personas serias que necesitan explicaciones del mundo. Vemos que el autor no abandona del todo su condición de adulto al escribir El Principito, él es el primero en brindar una explicación a los niños sobre su dedicatoria, quizá los niños no la necesiten, ellos hubiesen entendido fácilmente la simple frase: a León Werth. Sin embargo, el autor es el primero que siente la necesidad de explicar, y esa explicación va dirigida a él mismo. Esto le da más valor a El Principito, pues es un adulto que se transporta hasta los terrenos de su infancia, y no perdiendo de vista su condición de adulto, escribe desde ese niño que lleva dentro.

El autor irá sumando características a su visión de adulto, que intentaremos ir descifrando en este ensayo. Primero, cuando el narrador de El Principito, el mismo  Antoine de Saint-Exupéry, recuerda sus primeros dibujos de la infancia, hace una fuerte crítica a esta necesidad de explicaciones  que tienen los adultos. Él dibujaba una serpiente  boa que se comió entero a un elefante. Las personas mayores no comprendían su dibujo y pensaban que era un sombrero. Así que aquel niño decide dibujar el interior de la boa para que todo el mundo pudiera ver al elefante dentro. "Las personas mayores nunca comprenden por sí solas las cosas, y resulta muy fastidioso para los niños, tener que darles continuamente explicaciones".[3]

Ese primer dibujo sirvió de filtro para diferenciar a los adultos de los que mantenían vivo el niño de la infancia. "Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número uno que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: "Es un sombrero". Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable".   Tal parece, que sólo el ya mencionado León Werth y el principito pasaron la prueba. Antoine de Saint-Exupéry nos está diciendo aquí: a pesar de no compaginar con un adulto, no se le debe negar la felicidad, aunque éste no la comprenda.



Cuando el principito encuentra a Saint-Exupéry en el desierto del Sahara, desesperado porque su avión se descompuso y no tiene mucha agua ni fuerzas para buscar ayuda, lo que realmente parecería importante, un asunto de vida o muerte para nuestro autor, el principito lo pasa por alto y sólo le pide: "Dibújame un cordero". Esto nos hace preguntarnos qué es realmente lo importante en este mundo, a lo largo de El Principito encontraremos estas respuestas, por lo pronto aquí la primera es la imaginación. La imaginación como forma de descubrir y entender el mundo.

Decía Albert Einstein que la imaginación es más importante que el conocimiento; esto lo comprende ya Saint-Exupéry cuando se niega en dibujar un cordero porque él lo único que sabe dibujar son boas que comieron elefantes. El principito le enseña a nuestro autor que la imaginación es más importante que el saber hacerlas, entonces es cuando Saint-Exupéry dibuja una caja con tres orificios y le dice al principito que allí dentro está su cordero, "-Así es precisamente como yo lo quería", responde el principito.

El siguiente paso es la constante curiosidad del principito que le lleva a preguntar todo a nuestro autor. Aquí puede verse la capacidad de asombro de la que hablaba Jostein Gaarder, el principito es un filósofo, un gran filósofo.



Ahora entremos a otra de las características que tienen las personas mayores según Saint-Exupéry: los prejuicios. "Como te ven te tratan" dice el dicho, y eso sólo responde a prejuicios que la misma sociedad se ha impuesto. Cuando Saint-Exupéry expone la procedencia del principito, habla del astrónomo turco que descubrió el asteroide B-612: "Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco. Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un Congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración".

Otra de las cualidades de los adultos son los números, pues los adultos no entienden nada de la hermosura de las cosas, sino es mediante las etiquetas numéricas: "Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?". Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?". Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil francos". Entonces exclaman entusiasmados: ¡Oh, qué preciosa es!". La riqueza de la vida está depositada en el materialismo, no en los significados. Esto es muy importante en el libro porque no plantea el fin de la propiedad privada para alcanzar la felicidad, lo que hace es darle el valor que las posesiones tienen, el principito aprecia su flor no porque sea suya sino porque lo ha domesticado, significa algo para él, así será con esos millones de estrellas que saben reír.

Hay una metáfora muy significativa que el autor dicta al escribir la preocupación del principito de que el cordero se coma su rosa. El principito le pregunta a Saint-Exupéry si los corderos se comen las flores que tienen espinas, Saint-Exupéry le contesta que sí, que los corderos se comen todo lo que  encuentran a su paso. El  principito vuelve a interrogar: "Entonces, ¿para qué sirven las espinas?". Parece ser que la fuerza de la rosa es interior, que sus espinas son parecidas a las máscaras que el hombre va usando para que no lo lastimen. Somos como cebollas que sumamos gajos a nuestra real forma de ser, así resulta difícil llegar al corazón. "Las flores son débiles, inocentes, se defienden como pueden y las espinas hacen que se sientan terribles...", asegura el principito.  Su flor es el reflejo de los hombres: "-No temo a los tigres, pero tengo miedo a las corrientes de aire".



El principito se siente culpable por haber dejado a su flor sola en aquel asteroide. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Nosotros los hombres juzgamos siempre a primera vista y si alguien no se acopla a nuestra manera de ser o de pensar, nos negamos la oportunidad de conocer y de aceptar. Esto sentía el principito: "¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla." Somos tan contradictorios los hombres...

Siempre queda tiempo para el perdón y la comprensión hacia los demás, esa es una lección muy importante en la vida, pluralidad de pensamiento y respeto siempre. La misma flor del principito lo acepta y dice: "Es necesario que soporte dos o tres orugas si quiero conocer las mariposas. ¡Parece ser que son verdaderamente hermosas!".

Entremos pues a otra fase de las descripciones de los adultos. El principito al dejar su asteroide viaja en busca de amigos, de razones para ser feliz. El primer planeta que visita está habitado únicamente por un rey, el cual al verle grita: -¡Ah,  aquí tenemos un súbdito! Y como asegura Saint-Exupéry, para los reyes el mundo es muy simple, todos los hombres son súbditos. Desde los primeros tiempos, o desde que dejamos el comunismo primitivo, el mundo se ha dividido en gobernantes y gobernados. Para nuestros políticos modernos no somos individuos con decisiones propias, y menos en tiempo electoral cuando a lo mucho somos un voto.

Sin embargo, este rey al que visita el principito tiene varios aciertos. Por ejemplo: siempre daba órdenes razonables: "Si yo ordenara a un general que se transformara en ave marina y el general no me obedeciese, la culpa no sería del general, sino mía". Más tarde lo volverá a afirmar: "Hay que exigirle a cada uno aquello que es capaz de hacer o de dar. La autoridad debe basarse sobre la razón".


Dado a la soledad que el rey siente, le propone al principito que se quede y lo nombrará Ministro de Justicia. El principito ante tal situación argumenta que no hay nadie a quién juzgar. Entonces el rey le dice: te juzgarás a ti mismo. Lo cual es aún más difícil que juzgar a los demás; y si logras juzgarte bien, serás un verdadero sabio". Ahí está el hombre enfrentándose al espejo, a la introspección, a la autocrítica. El Principito no se siente atraído por eso y decide marcharse, él es un niño que busca otras cosas, él está a gusto consigo mismo.

Llega a otro planeta habitado por un vanidoso que al divisarlo exclama: "¡Ah, he aquí la visita de un admirador!". Es otro ser simplificado, para él todos los hombres son admiradores y no personas. Me recuerda a los tipos de miradas de las que habla Kundera en "La insoportable levedad del ser", existe un cierto tipo de gente que necesita la mirada de un público para vivir, para ellos todos son admiradores. Y admirar significa reconocer "que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico, y el más inteligente del planeta". Se olvidan de todos los parámetros, se vuelven egoístas de pensamiento y son los engranes que traban la marcha del mundo hacia un estado de felicidad.

En el siguiente planeta al que llega el principito vive un bebedor. De aquí el principito se irá muy melancólico al encontrarse con el costumbrismo. El bebedor bebe para olvidar la vergüenza que le da beber. No es más que un ciclo vicioso del que no se puede salir el hombre, es esta la metáfora que maneja  Saint-Exupéry, pero no la del alcoholismo u otro vicio o enfermedad,  es la costumbre humana, el vivir por el vivir, a lo que han entrado estas sociedades modernas.

El cuarto planeta al que llega el principito es donde se encuentra el hombre de negocios. Gran personaje éste en nuestra cultura capitalista. Un hombre de negocios está muy ocupado contando estrellas, tan ocupado que ni siquiera mira a los ojos al principito. "Esto suma quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y un estrellas".  El hombre de negocios posee estrellas y no hace nada con ellas nada más que poseerlas. Es un hombre serio al que no le interesa ni soñar: "Las pequeñas cosas doradas que hacen fantasear a los perezosos. ¡Yo soy persona seria, no soy perezoso ni tengo ganas de fantasear!". Este hombre ya perdió de vista la imaginación, cómo se puede ser feliz teniendo y teniendo o ahorrando tiempo para después ocuparlo en contar su fortuna.

Capítulos más adelante el principito encontrará a un comerciante de píldoras que calman la sed. Su forma de vender es simple, argumenta que sus píldoras son una gran economía en el ahorro del tiempo. "Los expertos han hecho cálculos, han comprobado que se ahorran  cincuenta y tres minutos  por semana". El principito dirá que esos minutos él los puede aprovechar en beber agua.

Tanto el hombre de negocios como el comerciante son hombres ridículos y condenados por el tiempo. Recuerdo las palabras de Neruda que decían: "Si los poetas  contestaran con verdad a las encuestas largarían el secreto:  no hay nada tan hermoso como perder el tiempo. Cada uno tiene su estilo para ese antiguo afán". Es la diferencia entre vivió muchos siglos y durante siglos vivió.

El quinto planeta al que llega el principito es muy raro, es el más pequeño y alberga un farol y a un farolero. De momento el principito piensa que esto es absurdo, para qué un farol y un farolero en un planeta donde no hay casas ni habitantes, pero pronto deja esa reflexión para concluir que de todos los hombres que hasta el momento conocía, el farolero era el menos absurdo, su trabajo tenía un sentido, su ocupación era hermosa porque era útil. Cada vez que encendía su farol, daba vida a una flor o iluminaba una estrella, y al apagarlo esa estrella y esa flor descansan. Además era el único hombre que no se ocupaba de sí mismo, el principito confiesa que pudo haber sido su amigo, pero el planeta era muy pequeño para los dos. Y aquí fluye el sentido de la vida, amar es preocuparse por otro, saber decir tú, sentirse responsable por otro, como lo veremos más adelante cuando el principito encuentre al zorro.

El pequeño príncipe visita otro planeta antes de la Tierra, esta vez se encuentra con un geógrafo. Al principio el niño se siente feliz de haber encontrado a una persona con un oficio de verdad, pero el principito empieza a cuestionarlo: ¿tiene mares, ríos, montañas, desiertos este planeta? El geógrafo le contesta: "No puedo saberlo". "¡Pero usted es geógrafo!" replica el principito. "Exactamente -dijo el geógrafo-, pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me informen. El geógrafo no puede estar de acá para allá contando las ciudades, los ríos, las montañas, los océanos y los desiertos; es demasiado importante para andar explorando por ahí".

Aquí cae en cuenta el principito de lo ilógico del conocimiento, no sólo basta leer grandes libros y escribir sobre temas importantes. La escuela, por ejemplo es parte formativa en la vida del hombre, más no es su total formación. La vida juega otro papel, nadie nos enseña a vivir, sólo nosotros lo aprendemos viviendo. De ahí que todos seamos libros abiertos, de ahí nuestra igualdad ante la vida, el mal, el bien y la muerte.

Por fin el principito arriba  a la Tierra, lo primero que hace Saint-Exupéry al narrar esto es advertir sobre los "peligros" que hay en este mundo: "¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores".



Lo primero que el principito encuentra en la Tierra es la soledad. Caminando por el desierto halla a la serpiente, el principito le pregunta por los hombres, ¿dónde están los hombres? "También está uno solo entre los hombres –dijo la serpiente". Y es que la soledad es un hueco entre los pulmones, un surco en la seca tierra, una constante del mundo moderno. "La soledad es la ecuación de la vida moderna", dicen Paez y Sabina.

El principito seguirá caminando, se enterará que los hombres no tienen raíces y que eso les causa amargura, no les gusta ser efímeros, por eso piensan siempre en la inmortalidad o en la vida eterna.  Encontrará también un jardín sembrado con cinco mil rosas, entristecerá porque él creía única a su rosa, pensó que no existía otra igual, y en el fondo tenía razón, claro que no lo comprende hasta que el zorro, que por fin aparece aquí, le explica por qué cada uno es distinto y vale por sí mismo.

Si quieres un amigo, domestícame, pide el zorro al principito. Pero el niño no sabe lo que es domesticar, y domesticar no es otra cosa que crear vínculos. "-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...". El principito siente alegría de saber que su flor lo ha domesticado,  ha creado lazos entre ella y él, lazos de amor y de necesidad mutua.



Volvamos a la cuestión del tiempo, de la soledad y del conocimiento. El principito está intrigado por saber dónde se encuentran los hombres, él quiere tener amigos humanos, es entonces cuando el zorro –como si conociera París, Nueva York o la Ciudad de México- le contesta: "Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos". Los hombres hemos perdido de vista la importancia de las relaciones sociales, relaciones fuera de los intereses políticos, económicos y religiosos, que hasta la fecha rigen nuestras formas de vida.

Saint-Exupéry escribe una de sus máximas filosóficas en el capítulo XXI: "He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos". Hay cosas más allá de lo que vemos, y lo que antes era perder el tiempo como lo señala Neruda, es lo que le da valor a las relaciones, el tiempo que se ha perdido con los seres amados es lo que los hace especiales, por eso somos responsables de lo que domesticamos, responsabilidad significa dejar de pensar tan sólo en uno mismo al tomar decisiones. El principito es responsable de su flor.

Se acerca el final del libro y con él las despedidas. Antoine de Saint-Exupéry seguirá aprendiendo de ese niño de cabellos de trigo. La sed hace ya estragos en el piloto y deciden ir en busca de agua. El principito no abandona su alegría y sigue regalando frases al sediento hombre, frases que lo llenan de esperanza: "Lo que embellece al desierto es que oculta un pozo en cualquier lugar". Lo que hace hermosa a la humanidad es que en algún lugar de ella mima se halla la felicidad.

Cuando por fin encuentran el pozo, el piloto extrae el cubo con agua, entonces el principito le dice: "¡Tengo sed de esa agua!". Esa agua, como bien explica Saint-Exupéry, es más que un alimento, es un alimento para el corazón, en ella lleva el caminar por el desierto, los rayos de la luna reflejados en la arena, el cansancio, la fuerza del piloto para sacar el cubo, esos motivos eran los que le daban el calificativo de especial. El esfuerzo que hacemos para obtener algo es lo que lo hace valioso, es similar a lo de la pérdida de tiempo.

Ha pasado un año desde que llegó el principito a la Tierra, debe regresar a su asteroide, allá lo espera su flor. El piloto ha reparado ya su nave y también se encuentra listo para dejar el desierto.  Es quizá la parte más triste del libro, pero a la vez la más hermosa. Al piloto siempre le alegra la sonrisa del principito, y éste se la obsequia de una manera brillante, le dice que no le dará informes de dónde está su estrella, así  le alegrará contemplar todas las estrellas. Además, "cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír! [...] Será agradable ¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con rondana herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber". Estas son las pequeñas cosas que le dan la vuelta al corazón...

Si se sienten solos, basta que miren al cielo y se pregunten: "¿el cordero se ha comido o no, la flor? Entonces verán como todo cambia"... Esta es la magia de El Principito y es la misma magia del buscar por las regiones de la vida. Siempre existe la posibilidad de convertir las estrellas en cascabeles que saben reír y regalar así manantiales que gimen. Esa es la oferta de Antoine de Saint-Exupéry, un poeta del aire.




[1] PEÑA, Ernesto, De La,  El centro sin orilla, México, D.F.,  Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1997, p. 21.

[2] Loc.cit, KUNDERA, Milán. El arte de la novela,

[3] SAINT-EXUPERY, Antoine, de. El Principito, 2a ed.,  México, Editores Mexicanos Unidos, S.A., agosto, 1999, p. 15.
 Última actualización el Domingo, 16 de Mayo de 2010 08:35 



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